Terminado ya todo y tras unas merecidas "vacaciones"(un viaje de 3 días con mi mejor amigo a Córdoba), lo primero que pensé es: Me voy a comer el mundo. No podía estar más equivocado con esa afirmación.
Empecé con ilusión los proyectos que tenía en mente, la página web, las tarjetas de visita, el currículum...dediqué muchas horas a estas cosas, y caí entonces en la cuenta de que fallaba una pieza esencial...¿De qué sirve tenerlo todo perfecto si me falta lo más importante?(el cliente). Es en ese momento cuando descubres que no te vas a comer el mundo y que o empiezas a dejar de lado las fantasías de arquitecto que te enseñan en la carrera o el mundo se te come a ti.
A la par que estaba dando forma a las cosas anteriores, cometí el error o quizá la virtud(solo el tiempo será el que ponga a cada uno en su sitio) de ayudar a varios amigos mios con su proyecto final de carrera. Fue una decisión acertada en cuanto al fondo, pero no en cuanto a la forma, sin una visión de futuro clara, me dediqué en cuerpo y alma a uno de esos proyectos finales de carrera, con la intención-quizá cobarde- de evadir un poco más la entrada al mundo real y evitar caer en ese desánimo que ello llevaba aparejado.
Sin un trabajo claro como arquitecto, me ofrecieron el dar clases particulares en una asociación de ayuda a personas sin audición. Acepté sin dudarlo pensando, menos da una piedra y un dinerillo me sacaré. Daba clases todas las tardes a niños con problemas de audición, iba a sus casas a darlas, y yo sin darme cuenta me vi envuelto en la experiencia más reconfortante que había vivido ese año. No tenía nada que ver con lo mio, porque eran clases muy variopintas, desde una niña de 1º de primaria a un chico de 1º de ingeniería de caminos canales y puertos...pero el ver como esa niña te daba las gracias cuando le explicabas matemáticas, quería jugar contigo y se ponía triste cuando te ibas no tenía precio...o que la gente de tercero y cuarto de ESO te diesen las gracias, te preguntasen por tus cosas y se interesasen por tu trabajo como arquitecto no hacía sino reafirmarme en que había tomado una buena decisión cogiendo ese trabajo. No era el trabajo de un arquitecto genial, pero si que era el trabajo que más feliz me hacia porque con el mismo podía ilusionar y ayudar a gente que lo necesitaba...
En la próxima entrada seguiré contando las peripecias de esos meses después de terminar...y lo dejo hoy aquí para dejar una reflexión final.
Puedes no tener el trabajo más guay, ni el mejor pagado, ni el que sea plenamente igual a lo que estudiaste, pero si aprendes a valorar cada cosa que hagas como una oportunidad de demostrarte a ti mismo y a los demás de lo que eres capaz tendrás mucho ganado...y si sobretodo ese trabajo te reconforta y te hace ser mejor persona, pues todavía mejor.
Un saludo y feliz lunes!
Soy un joven arquitecto que se ha iniciado en el mundo laboral, con muchas ganas y esfuerzo, en este blog pretendo contar mi experiencia de como poder abrirse poco a poco hueco en una sociedad donde el arquitecto joven se asocia a que todavia le queda un largo proceso de aprendizaje y no se dan cuenta del valor que podemos aportar con nuestros conocimientos todavia inmaculados y no ensuciados por la practica profesional de la arquitectura actual.
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Miguel Angel,
ResponderEliminarSin duda tengo q darte mi más sincera enhorabuena, has conseguido lo que poca gente hoy en día es capaz de ver...algo tan simple como reconocer los errores de uno mismo, reconocer haber sido vanidoso y que las circunstancias no han salido como uno esperaba, y sobretodo, valorar cada lección aprendida de ese error.
Esta reflexión tan simple es el punto de partida para levantar un gran futuro, día a día, grano a grano de arena, lección tras lección, puesto que un problema no nos lleva a otro problema...si no a un mar de soluciones, donde las olas son nuevas ideas y perseguir cada idea se convierte en la ilusión de cada día.
Te invito a que sigas dándote cuenta de tus errores y que no pierdas ninguna ola.
Isabel
ánimo Toro!
ResponderEliminarPaco